Tengo un amigo, bueno, me gusta pensar que es mi amigo. Tengo un amigo con quien he intecambiado ideas durante más de 15 años. Puede que mi cuenta esté mal, quizás es más tiempo.

Realmente no sé como empezamos a hablar. Lo que sí se, es que eran otros tiempos, cuando conocer a alguien por internet era considerado una excentricidad. Ambos teníamos un blog. Yo tenía varios pero eso es otro asunto.

Escribiamos historias, ideas y todo lo que pensabamos merecía ser escrito. Escribiamos por el puro placer de hacerlo, sin pensar en una audiencia o en recibir retribución económica. Escribiamos con la ingenuidad propia de la edad. Nuestras letras estaban plagadas de anhelos, de ilusiones, a veces del dolor que nos producia la vida misma, ese dolor que sientes cuando experimentas algo nuevo, el amor, el desamor, la desilusión.

Convertiamos lo cotidiano en historias fantásticas. Las tareas diarias se transformaban en épicas aventuras o en historias de zombies.

Poco a poco dejamos de escribir. Quizás porque entendimos que no era lo nuestro, quizás porque teniamos miedo de fracasar. Miedo a recibir una crítica, miedo a que alguien dijera que lo qu escribiamos no merecía nunca ver la luz, quizás simplemente por desidia.

Toda nuestra comunicación era por correo electrónico. De la misma manera que los pensadores del pasado intercambiabamos ideas via correo. Ya exitían los mensajeros instantaneos pero había algo en escribir vía e-mail que hacía todo más interesante, quizás misterioso.

Conforme fuimos enjeveciendo, no necesariamente madurando, el tiempo entre cada mensaje se fue alargando.

Sigues vivo / sí.

Esas palabras se volvieron la única forma de interaccíon hasta que fue el silencio el que dominó la conversación.

Hace casi dos años comenzó uno de esos eventos que definen el rumbo de la historia, la gran pandemia de nuestros tiempos.

Sigues vivo / sí.

De pronto resumimos la conversación.

¿Sigues escribiendo? / Nah

Dejamos el email para pasar ahora si a la mensajería instantanea. La dinámica sin embargo no cambió. Pueden pasar semanas sin que un mensaje sea respondido, pero como aprendimos en My Son, the Physicist, cuento escrito por Isaac Asimov, lo importante es no dejar de transmitir.

La respuesta llegará y si algún detalle merece ser explicado más a fondo, se harán las preguntas necesarias, mientras tanto sigues escribiendo.

¿Sigues vivo? / Sí.