Él observaba a la mujer que, dos mesas delante de la suya, tomaba la orden a un grupo de jóvenes. Se fijaba en la forma en que parecía coquetear con los ojos, cómo suavizaba sus expresiones y reforzaba sus frases con delicados movimientos de sus brazos. En esa mesa, todos los jóvenes estaban cautivados por su encanto. A él le parecía sumamente atractiva, pero no era su físico, había algo en aquella forma de sonreír con los ojos, de gesticular con esa hermosa boca que le antojaban la chica como una persona divertida, atrevida, de esas chicas que solían actuar sin pensar dos veces las cosas, arrojadas, intrépidas. La encontraba…

— Encantadora, ¿no es cierto?

Él regresa la vista a su lado, en la silla de la cabecera de su mesa, se ha sentado una dama, vestida completamente de negro. Esboza una sonrisa, pero sus ojos delatan cierto nerviosismo.

—¿Disculpa? —cuestiona, él, cuando logra superar su sorpresa.

—La chica —explica ella, dirigiendo la vista hacía la otra mesa— te resulta encantadora, ¿no es cierto?

—Espera… ¿Quién eres? —insiste, todavía más confundido, él.

—Soy una adivinadora de fortunas —se apura en responder ella. Busca dentro de su bolso, saca una tarjeta y se la extiende diciendo— Tengo algo muy importante que decirte— Él toma la tarjeta sin retirarle unos incrédulos ojos a su repentina compañera. Ella suspira y agrega—. Pero primero debo demostrarte que soy lo que he dicho… o de nada servirá que te lo diga.

—Está bromeando, ¿verdad? —Acusa él sin dejar de verla—. Mira, no estoy interesado, ya sea una broma o una trampa… búscate a alguien más. —y le arroja la tarjeta que cae frente a ella, en la mesa.

—Insisto, es importante —Persiste ella. Después coloca dos dedos sobre la tarjeta y, sin levantarla, la arrastra hasta ponerla de nuevo frente a él.

—¿Y cómo vas a probarlo?… ahora vas a decirme que tengo 3 hermanos y un perro llamado “Recórcholis” —Acusa, sarcásticamente, él entre una pequeña risa burlona.

—No tienes un perro llamado “Recórcholis” —replica ella sin dirigirle los ojos, disgustada por el comentario pero tomándolo con la calma de quién ya ha escuchado esto antes.

—¿Cómo lo sabes?, ¿escuchas voces que te dicen todo? —Agrega él aún más divertido y ahora riéndose más alto.

—No, no funciona así —explica ella, sonrojada por la atención que sus risas se han ganado de la gente alrededor, luego agrega en voz baja y dirigiendo unos suplicantes ojos que le piden bajar el volumen también— lo sé porqué ¡nadie le pondría a su perro así!

—Está bien, está bien —concede aún divertido él —¿Cómo me lo vas a probar entonces?

Es evidente que no se traga nada de las patrañas que esta curiosa chica dice, pero no sólo encuentra interesante la experiencia… ella también le ha despertado el interés, es bella… de una manera diferente y única, pero hay algo atractivo en ella.

La joven parece mirar en todas direcciones, hasta que sus ojos se centran en algo, luego regresa la vista a él, con un gesto que parece satisfecho y ojos triunfantes.

—¿Ves a aquella mujer? —le pregunta dirigiendo la vista a una mesa lejana, cerca de la puerta— la del vestido café, que toma café por la entrada.

—Sí —concede él— ¿me vas a decir que está por tirar algo de la mesa? —dice él, estudiando el rostro de la chica.

—No, no funciona así —responde la joven suspirando y con expresión cansada— Ella está sufriendo, uno de sus hijos se ha molestado con ella y en la discusión, le dijo cosas que debió callarse —le explica ella mientras sus ojos parecen entristecer con ternura conforme observa a la mujer— el joven se disculpó con su madre y ella le dijo que no se preocupara, que no hay cuidado… pero en el fondo no sabe cómo aliviar la herida que aquellas palabras le dejaron en el corazón… ¡pobre mujer!

Él dejó de estudiar el bello rostro de la joven para dirigir un momento los ojos a la señora que observaban. Ciertamente aparentaba estar normal pero había un pequeño dejo de tristeza o preocupación en aquellos ojos que se perdían en la taza de café que bebían.

—¡Vaya!… has visto una persona triste y has inventado toda una historia trágica y que sin poder probar nada de nada… pretendes que yo te crea —le responde él con una sonrisa y ojos acusadores, pero divertidos.

—¡Ash!, olvídalo —responde ella y vuelve a buscar algo en varias direcciones — ¿ves al padre y al niño que están en aquella mesa sin mirarse el uno al otro?

—Sí… no me vas a decir que está por darle un paro cardiaco al pobre viejo, ¿verdad? —acusa divertido él.

—Ya te dije que no funciona así, no es magia, debo ver hacía atrás para intentar adivinar cómo será hacia adelante– explica ella regresando la vista lentamente a él, que le devuelve la mirada con gesto de no entender nada— en otras palabras, sólo puedo ver algunas cosas que están, mm, “conectadas” a esa persona y con ellas intento prever cómo podría reaccionar o comportarse en diferentes escenarios… así decido qué debo hacer para poder influir en ellos.

—¿Y qué ves en el señor?, ¿qué está aburrido de su hijo? —responde él, todavía divertido pero un poco más entrado en el argumento.

—No, no es él… observa al chico —le dice ella. Él lleva la vista al chico que tiene una cara exasperada, aparentemente molesto y desenfadado, como si quisiera estar en cualquier otro lado menos ahí, con su padre.

—¿Qué hay con él?, también es un mal hijo que se aburre fácilmente con su padre….Te das cuenta que si todas tus historias tratan de malos hijos… pierden credibilidad, ¿verdad? —Anota él.

Ella hace un gesto de desaprobación y voltea a verlo con ojos entre reprochando y suplicando, luego coloca su mano sobre el brazo de él y regresa la vista a la mesa del padre e hijo.

—No es eso, observa bien —le incita. Pero él está absorto, observa aquella delicada mano sobre su propio brazo y una sonrisa se dibuja en su rostro, lo tomó por sorpresa el gesto pero le ha agradado. Esta chica empieza a gustarle. Ella continua— La actitud del chico es un escudo, en realidad está aterrado. Ama a su padre y por eso no encuentra la forma correcta de decírselo… sabe que le romperá el corazón, pero siente que si no le dice que a él le gustan los hombres, le romperá el corazón por engañarlo también.

—¡Vaya! Me quito el sombrero —responde él, haciendo el gesto de aplausos — ¡qué talento de guionista el tuyo! —luego ríe y de nuevo la atención de la gente se centra en ellos.

—Estoy diciendo la verdad—reprocha ella.

—Hagámoslo una vez más —dice divertido él, que ve a alguien acercarse, desde afuera, a la puerta de cristal— pero ésta vez lo haré yo —ella frunce el ceño, está confundida, el se ríe y continua— voy a mostrarte como se hace —se lleva una mano a la frente, y actúa como si intentara concentrarse. Ella hace un gesto de desaprobación— Una mujer alta, bella como pocas, de hermosa cabellera castaña va a entrar, al pasar por aquí y al voltear a verme se sorprenderá y me abrazara gritando “¡güey, güey, güey!” —era una predicción arriesgada, pero la conocía lo suficiente para aventarse.

En ese momento una joven, ciertamente alta, con el pelo castaño y ciertamente bella como pocas, entra al establecimiento, se dirige al pasillo central y, para sorpresa de la otra joven, la adivinadora, al pasar junto a la mesa donde se encuentran, suelta un pequeño grito, alza los brazos y abraza al joven gritando “¡Güey, güey, güey!” Del mismo modo que el joven lo había imitado, luego le dijo algo como que le daba gusto verlo y, finalmente, recayó en la joven sentada a su lado y le pregunto quién era al chico.

—Es una colega, ambos somos psíquicos adivinadores de fortunas, ¿no es cierto? —le dijo guiñándole un ojo a la adivinadora. La joven, confundida, sonrió hacía a él y luego hacía la otra chica, con un breve gesto con la cabeza a modo de saludo.

La joven adivinadora miraba sorprendida a la chica, luego regresaba la vista a él, y nuevamente veía con ojos muy abiertos a la otra chica… él estaba seguro que la había impactado, no era difícil predecir el comportamiento de su amiga Eli, siempre hacía lo mismo cuando se encontraban en esa cafetería. Lo que sucedía casi todos los días pues ambos trabajaban en la cercanía. Pero se sentía orgulloso de haberle podido dar una cucharada de su propia medicina a la chica… casi se sentía mal, pues realmente le había despertado interés.

—Bueno, tienes mi tarjeta —dijo finalmente la joven adivinadora con rostro resignado. Se levantó, dirigió una mirada entre enfadada y molesta a la otra joven—. ¡Mucho gusto!, con permiso —se excusó como en mal modo y se alejó de la mesa.

—¿Adivinadora de fortunas?—soltó Eli al momento que tomaba asiento junto a él— ¿Cómo está eso? —agregó, soltando una risita.

—No tengo idea —respondió él también riendo divertido al momento que levantaba la tarjeta para estudiarla.

—¿Estás listo para el viaje a las cascadas el fin? —preguntó ella, con emoción, alejándose del tema.

—Claro —respondió él, sin prestar mucha atención aún estudiando la tarjeta. Ahora era él quien fruncía el ceño:

“Cafetería La Esquinita”

No era una tarjeta de presentación, era de la misma cafetería “¿Pero qué?”, se preguntaba él al momento de ver aquel texto escrito a mano debajo del logo de la cafetería. El texto decía:

“Tu amiga Eli, alta, bella como pocas y de castaña cabellera está planeando matarte este fin de semana”.