Se siente incómodo. Desde que ella se fue, “desde que me dejó”, no se halla a sí mismo. Especialmente en ciertas situaciones y aquí, en un bar, mucho menos.

Debería irme a casa“ piensa, vacilante.

Coloca su mano en el interior del bolsillo del pantalón, la saca y acomoda a un costado. A continuación, la lleva a su cuello y acaricia su nuca, luego otra vez al bolsillo. No está seguro de qué hacer con ella. Desde que dejó el cigarro, “desde que ella me hizo dejarlo”, nunca sabe bien qué hacer con esa mano. Su derecha tiene un sentido, una razón de ser, de estar. Al sostener su bebida, está cumpliendo su cometido y la siente tan natural como respirar a su costado sujetando aquella botella ligeramente ladeada, pero con su mano izquierda es como si le faltara algo. Ya no le apetece fumar, desde luego, pero cómo extraña tener a aquel pequeño demonio adictivo entre los dedos… “o entrelazarlos con los de su suave mano”. No. No es eso lo que echa de menos. Al parecer, se siente mejor consigo mismo, reconociendo que añora más aquello que, eventualmente, lo iba a matar de cáncer.

En verdad quiero irme a casa”, deduce, cada vez, más convencido.

Tienes que empezar a salir de nuevo“, recuerda las palabras de su hermano, “…al principio será raro, pero poco a poco te irás acostumbrando”. Él se empieza a preguntar si realmente llegará a hacerlo al momento que observa lo que ahí acontece: Un desfile de luces que por instantes irrumpe la oscuridad al ritmo de la música, todo es rojo, todo es azul, destellos verdes; bocas cantando, sonrisas compartidas, manos alzadas; gente joven bailando, besándose, divirtiéndose, todos lucen atractivos, joviales, jóvenes… todos parecen encajar como piezas naturales de rompecabezas o de algún juego del que, aparentemente, él desconoce las reglas.

¡Listo!, me vuelvo para la casa

Se da vuelta, entrega un billete al recipiente de propinas. Trata de hacerlo rápido, no quiere darse a notar, no quiere que…

—¿Tan pronto, Guapo? —cuestiona, desde el otro lado de la barra, una rubia de ojos verdes con las cejas levantadas y manos en un gesto que remite a la pregunta.

La chica lleva dos noches, de confidente, de un especie de ¿soporte emocional?. De algún tipo de apoyo. Ha sido las rueditas auxiliares de aquella bicicleta a la que intentaba volver a subirse. Lo ha ayudado con consejo y ánimos desde que trató de coquetear con ella la primera noche:

—Escucha, sólo te voy a decir esto, porqué realmente me gustan tus ojos… y tu sonrisa —dijo ella con expresión divertida, mordiéndose el labio y sirviendo otra copa para ambos—. Yo invito esta ronda —agregó mientras le extendía e vaso.

—Gracias —fue lo único que supo decir él. No estaba seguro si había sido buena o mala, aquella respuesta. ¡Dios!, hacía tanto que no hacía esto que en realidad no tenía ni idea de cómo interpretar nada.

—Eres lindo —cerrándole un ojo antes de chocar copas con él y darle un trago a su bebida— ¡qué va!, eres todo un encanto —reconoció después del trago con una sonrisa de lo más coqueta— pero Guapo, tienes que entender algo, soy la cantinera. Sirvo tragos y sí, voy a enamorarme de ti y te dedicaré ojos lelos, soñadores y sonrisas de chica perdida en tu mirada toda la noche —hizo un gesto exagerado mientras señalaba su falsa sonrisa como ejemplo—, o al menos, mientras sigan cayendo los billetes de de $100 en mis propinas, pero creo que ambos sabemos que no es a lo que has venido ¿verdad?

Él se había sentido tan avergonzado, pero al mismo tiempo también pudo quitarse un peso de encima. Al fin se retiró aquella máscara que intentaba portar. Dejó de ser ese tipo misterioso e interesante que trataba de proyectar y se abrió, totalmente honesto con ella.

—¿Sabes?… en realidad no tengo ni idea de lo que debería estar haciendo —confesó con sinceridad.

Ella soltó una risita, le dedicó la más encantadora de las sonrisas, chocó copas con él y le dijo— Descuida, yo me encargo —con ojos dulces.

Y desde entonces, le ha dado consejos, le alienta para agarrar el coraje necesario para acercarse a las mujeres y… tras ser rechazado, le espera siempre con una cerveza y una sonrisa en la que ha aprendido a encontrar refugio.


—Sí… sabes, creo que esto simplemente no es lo mío —le contestó, derrotado— Nos vemos, Val.

Ella lo sujetó de la manga. Él, que ya había girado para dirigirse a la puerta, se detiene sobre sus pies y al regresar la vista, encuentra a Val, recostada sobre la barra. Era bajita y, para alcanzarlo, había tenido que asomarse por sobre la plancha de mármol como niña chiquita, con los pies colgando del otro lado. Pero la encontró con una de sus sonrisas alentadoras.

—Yo no estaría tan segura, campeón —moviendo las cejas para intrigarlo.

Él la miró extrañado. Val lo soltó, regresó su cuerpo al otro lado y luego desapareció unos segundos al agacharse para después emerger del mismo lado de la barra que él, se aferró cariñosamente de su brazo e hizo el ademán de decirle algo al oido para que él bajara un poco la cabeza. Era unos veinte centímetros más alto que ella.

—Hay una chica que no te ha quitado los ojos de encima —le dijo en una voz muy entusiasmada.

Él le dirigió un rostro sorprendido. Val le respondió con un gesto en la mirada que afirmaba con una de aquellas coquetas sonrisas , lo que acababa de comentar. Luego se acercó de nuevo para decir algo más.

—Al fondo, en el otro extremo de la barra, antes del pasillo: vestido pegadito azul, ¡muy sexy! por cierto: hermoso y perfecto cabello castaño, ojos enormes y pechos aún más grandes… ¡Nada mal, Tigre! —le dijo en tono divertido mientras lo apretaba del brazo y lo giraba para que pudiera verla — ¡Hey, tonto!, no tan obvio, tantita discreción ¿quieres? —le reprendió con una linda sonrisa.

—¿Quién es la chica?— preguntó él, aún buscándola entre la multitud. Pues si bien, tenía una relación especial con Val, sabía que no era el único y que aquella joven parecía conocer de nombre a todos los habituales del bar.

—No lo sé, no la había visto antes… pero ¡vaya si ella te ha visto a ti hoy, Galán! —le respondió, en tono juguetón.

Él la vio y, por un segundo, las luces, la música, todo pareció desacelerar… ¡era tremendamente atractiva! Y sin duda, le dedicaba una mirada intensa. Aquellos ojos se clavaban en él, con una minúscula sonrisa. Era una de esas chicas irreales… del tipo que él y sus amigos veían, con deseo, todos los días en Instagram: cuerpo ardiente, con un físico tan atlético que hasta las facciones de su rostro se veían tonificadas, pero al mismo tiempo, curvas y piel tan suave, que daban una apariencia delicada y femenina; piernas largas y tan fuertes que de seguro pasaba horas en el gimnasio; un lacio, brillante y despampanante cabello de un café ligeramente oscuro, el tipo de pelo que te hacía pensar que la chica gastaba miles de pesos en productos y tratamientos para el mismo… ¡Maldita sea!, era un ¡perfecto 10!… y estaba ahí, observándolo, con tal vigor que parecía querer devorarlo con la vista.

No entendía cómo podía estar pasando esto, “si tan sólo ella pudiera verme ahora“ No. No importa eso, no se trata de ella. Se trataba de él.

—Ve por ella, campeón —le alentó Val.

Él se quedó un momento congelado, no encontraba el coraje para dar el primer paso en su dirección. Estaba aún intentando convencer a sus pies de hacerlo cuando Val le dio un amistosa pero intensa nalgada que lo sacó de sus pensamientos. Después le regaló una sonrisa, liberó el brazo que aún tenía cautivo y regresó a su lado de la barra.

Se armó de valor, y fue en su búsqueda. Aquella atractiva chica, le siguió todo el camino con al vista, sin quitarle los ojos de encima en ningún momento. Eso lo ponía nervioso, por dentro se sentía como se imaginaba, debe sentirse un venado en el bosque cuando puede oler al puma pero, pese a sentirse acechado, no logra ubicarlo.

—Hola, soy Luis. —se presentó, decidido aunque un poco nervioso todavía. Colocó su mano izquierda en su propio cuello y, poco después, la llevó a sujetar su cabeza mientras le sonreía “estúpido cigarrillo” culpaba por aquel vergonzoso comportamiento. Pero ella seguía clavando sus enormes, grises y hermosos ojos en él y ¡vaya que eran grandes!, Val no se había equivocado, ojos enormes y sus pechos… “Idiota, vela a los ojos”. Ofreció una sonrisa ruborizada.

Pero ella no contestó, se dedicó a observarlo sin parpadear, con la más seductora de las miradas, las comisuras de su boca entonaron un poco más su irresistible sonrisa, lo tomó de la mano y pasó a su lado, asegurándose de apretar mucho su cuerpo contra el de él al pasar por su costado, dirigiendo una mirada lasciva y una casi imperceptible pero muy seductora risita cada que dirigía su rostro hacía él. Comenzó a caminar, alejándolo de la barra.

Él no pudo resistirse y se dejó guiar. Podía ver como otros hombres la miraban. ¡Diablos! Incluso había mujeres que la veían y también a él… “¿me estaría viendo ella?“… ¿Realmente importaba? Sonríe. “disfruta el momento, tonto”. Llegaron a un espacio abierto, donde varias personas bailaban aunque, en ese instante, bien podían estar todos los jóvenes de la ciudad o ninguno ahí, le daría igual, él estaba completamente cautivo, atrapado e hipnotizado por aquellos enormes ojos que no dejaban de verlo, de clavarse en él. Era tal la intensidad que incluso sentía una pequeña sensación de alerta dentro de sí, como un lejano instinto despertando que lo aceleraba. Era tan incesante esa mirada, que lo intimidaba hasta el punto de perturbarlo un poco, pero, al mismo tiempo, lo embrutecía totalmente extasiado.

Y bailar con ella no hizo más que potenciar todos esos pensamientos y sensaciones. Aquella hermosa chica, con curvas perfectas, largas piernas, piel impecable y ojos que parecían brillar con luz propia aún cuando la iluminación del lugar los dejaba en sombras… “estoy alucinando… ¿realmente brillan?” hacía que todo pasara en un ritmo más lento, la música se volvió sólo un eco en el fondo, el vaivén seductor con que aquel irresistible cuerpo, en movimientos lentos, en “movimientos perfectos” con los que se restregaba contra él. Girando cada tanto para no dejar de observarlo y regalarle una sonrisa.

Él quiso saber su nombre, pero la chica se limitó a sonreírle, no ha dicho una sola palabra y, al parecer, no necesitaba hacerlo. Colocó sus brazos sobre los hombros de él, acercó su rostro y le plantó un candente beso… “Tiene que ser un sueño”. Pero por supuesto, y para su fortuna, no lo er. La intensidad del beso despertaba sentimientos que hacía demasiado tiempo no sentía… “¿cuándo había sido la última vez que ella lo había hecho sentir así?”, en realidad no estaba seguro de si alguna vez se había sentido así con ella… o con nadie. Sólo quiere tomarla y hacerla suya. Ella interrumpió el beso, pero no se separó mucho, se quedó en una cercana intimidad mientras bailaban, dirigió sus ojos a los de él y, de alguna forma, con la mirada, le hizo saber que ella también lo deseaba.

Él se olvidó de todo y, con una convicción que hacía tanto tiempo no sentía, posó vigorosamente su mano en la espalda de la hermosa joven lo más bajo que se hubiera atrevido jamás, acercándola a él, y le susurró algo al oido. Ella no dijo nada, sólo le respondió con un beso, lento, suave y abrumador en el cuello, luego tomó su mano para, una vez más, arrastrarlo lejos de aquel espacio de baile… se dirigían a la salida.

La siguió como en trance, dejándose guiar por aquella delicada mano que conseguía arreglárselas para regalarle caricias suaves e incitantes mientras lo halaba. Con todo, alcanzó a alzar la vista, a la barra, buscando por un momento hasta que la encontró. Val estaba ahí, sonriendo. Él hizo un pequeño gesto, bajando la cabeza a modo de agradecimiento y la barman le dedicó un saludo, con dos dedos levantados a la frente como imitando a un militar, a modo de despedida, le guiñó un ojo y le regaló un sonrisa al tiempo que él abandonaba el bar.

En realidad, Valeria estaba contenta por él. Aunque se sentía un poco culpable: no había sido totalmente honesta con Luis. Sí, en realidad no conocía a la chica, ni sabía su nombre, pero ella y sus compañeras la ubicaban muy bien, se referían a ella como “La Devorahombres”, pues cada dos o tres semana, se presentaba despampanante, siempre perfecta, elegía un hombre al que arrastraba a la pista y una vez ahí, con un talento especial para bailar que todas las chicas del bar, incluyéndola, envidiaban; terminaba de encantarlo, después los guiaba, como flautista mágica con su séquito de hipnotizado seguidores, hasta la salida para ir a, como cualquier joven podría imaginar, hacer algo aún mejor que bailar. Nunca fallaba, nunca se le escapaba nadie una vez que había puesto sus ojos en él. “Nadie se le puede resistir”, pensaba con cierta melancolía, con una sonrisa triunfal pero un ligero sabor amargo le impedía festejar aquella victoria de su amigo.

En el fondo se alegraba mucho por él, pero le había llegado a tomar cariño… tal vez hasta algo más y ahora se daba cuenta que no sólo se había sentido orgullosa de él al ver cómo “La Devorahombres” se lo había llevado. “Esto es justo lo que él necesita para volver a montar esa vieja bicicleta” se intentaba convencer al abrir un par de cervezas que luego extendía a un cliente. “Sí, justo esto necesita para olvidarla, tal vez después…”, observa la seña con que otro tipo le pide un trago. “Eres una gran mensa, Val” afirmaba con una sonrisa agridulce.

Fuera del bar.

Parados en la acera, él sacó su móvil y pidió un vehículo, la chica indicó con le dedo y sin una sola palabra, una dirección en el mapa.

Apenas hubo terminado se giró hacía él y lo atrajo para fundirse en un candente beso. Luis está extasiado, perdido en el movimiento de aquella lengua desenfrenada en su boca. “¡Demonios si es buena!”.

Le preocupaba que los vieran, quería olvidarse de todos y disfrutar el momento, pero había algo, en el fondo de su cabeza, que le incomodaba, que le mantenía alerta. “¿No decían qué hacer algo así en la vía pública debería excitarme en lugar de preocuparme?

No interrumpieron el beso, hasta que el carro arribó por ellos. Y sólo lo suficiente para abordar el asiento trasero, una vez dentro, ella se abalanzó sobre él, devolvió una sonrisa complice al conductor quién arrancó el vehículo y luego concentró toda su atención, y encantos, en Luis.

—Espera, no hay prisa —decía él, volado totalmente, aunque no tenía ninguna ilusión de que ella obedeciera. No quería que se detuviera. Había sido una mera formalidad que necesitaba soltar, como si así, su consciencia le diera permiso de disfrutar el rendirse ante aquel desenfrenado deseo tras haber enunciado esas palabras que la cortesía demandaba.

No supo en qué momento, ni por qué camino, pero llegaron a su destino.

Para él, el viaje había sido demasiado corto. Bien pudieron ser veinte o cuarenta minutos. O hasta una hora. Tener a esa mujer encima, con sus suaves labios pegados a los suyos hacía que el tiempo se sintiera de forma distinta.

Ahora estaban de nuevo en la calle y aquel auto se alejaba por la oscuridad. Una extraña sensación de alerta o alarma le invadió de nuevo conforme las luces del vehículo se perdían a lo lejos. Como si “¿alguien nos ha seguido?” se preguntaba sin entender del todo. No presta mayor atención, ella lo jalaba de nuevo. Se dirigen a un costado, unos cuantos escalones que asciende a la puerta principal de un edificio. No reconocía la zona y, por lo visto, no era demasiado poblada, parecían haber llegado a un área muy boscosa. Era una casa aislada, de nuevo, en algún rincón de su cabeza, aquella sensación le mantiene inquieto, pero… “Qué diablos importa eso, tú síguela idiota” se convencía al tiempo que se apresuraba a entrar después de ella.

Una vez ella hubo cerrado la puerta, se giró hasta quedar de frente a él. Aquellos ojos se ensancharon y se clavaron en los suyos con una intensidad aún mayor. De pronto, sus movimientos fueron más lentos, más calculados, menos impulsivos como hasta ahora. Su sonrisa se ensanchó y, seductoramente, sin dejar de verlo, avanzó a él al tiempo que se zafaba de aquel diminuto vestido que dejaba caer al suelo.

La sensación de alarma se disparaba como nunca, pero él la atribuía al deseo, a lo excitado y ¡cómo no estarlo!, estaba viviendo el sueño de todo hombre. El equivalente a ganarse la lotería de eventos afortunados por el que cualquier puberto cambiaría, sin pensarlo, su alma. Lo que sea por vivir eso.

Aquella mujer era una diosa. Una personificación exacta de la sensualidad misma, “una gran serpiente” …¿qué rayos había sido eso? ¿un relámpago en su cabeza?,

No tuvo tiempo para pensarlo más. Aquella musa, esa perfecta encarnación del deseo mismo. Saltaba a sus brazos, todo caricias, besos y gemidos, mucho más candente que todo lo que le había ofrecido en la noche, en la pista, en el carro. Todo eso había sido el aperitivo, ésto era el plato fuerte. Cruzó sus piernas alrededor de él y tal fue la intensidad de todo que ambos cayeron al suelo, pero no les importó. Él iba a poseerla ahí, en la duela de aquel desconocido hogar y ella había sido la chispa que dio inicio a su fuego.

Las caricias se intensificaron. El beso fue más grande que sus bocas y lo abarcó todo. Se apoderó de cuellos, recorrió espaldas y causó estremecimiento al seguir las finas líneas de la clavícula, brazos y manos, el contorno de los pechos y la cadera hasta perderse en zonas donde los labios hicieron cosas mágicas.

Los sentidos totalmente intoxicados por un embravecido mar de sensaciones y hormonas que lo rebosaron todo.

Ella gemía en sus oídos, él apretaba con fuerza sus muslos, sus nalgas. Se perdían en un sólo deseo.

Entonces ella fijó sus piernas alrededor de él con más fuerza y con sus brazos lo estruja y lo atrae hacía su cuerpo, el beso se detiene un momento y le dedica jadeante mirada, cargada de algo más que él no alcanza a entender… pero le intriga. Él se hunde en esos ojos que lo ven con deseo, con fuego, “¿con hambre?”… ¿qué?, de nuevo aquel fugaz pensamiento en su mente acompañado de un repentino sentido de alarma, pero la sensación de aquel divino cuerpo totalmente desnudo embarrado a él, vence de inmediato.

Ella aprieta con sus piernas y él se excita aún más. Ella lo besa pero no cierra los ojos que siguen anclados en él. La comisura de su boca se agudiza y una gran sonrisa adorna aquel bello rostro conforme lo aprieta más. Él se deja llevar por el gozo, la fuerza con la que lo aprieta es deliciosa, un poco más, “¡vaya si esta chica es intensa!”, intenta moverse, aquel agarre lo estruja todavía más, él abre los ojos y suelta aun alarido entre sus jadeos. Se siente un poco forzado de pronto. Intenta usar sus brazos para zafarse de aquel agarre que con brazos y piernas, lo apresa ella.

La reacción lo sobresalta.

Aquella chica tensa aún más sus extremidades y lo aprietan con, todavía, más fuerza. Él se pone sobrio de aquel deseo, de golpe. En realidad se siente muy apretujado. Sus brazos totalmente inmovilizados a su costado por aquel agarre que lo tiene cautivo.

—¿Tal vez nos emocionamos un poquito? —sugiere divertido y confundido.

La mujer no reacciona, no se inmuta, le sigue clavando unos enormes ojos llenos de anticipación. Su boca ha formado un rictus casi perturbador: en aquellos labios no hay ni rastro de la coqueta y diminuta sonrisa con que lo ha mirado toda la noche. En su lugar, una grotesca y gigantesca mueca acompañan aquellos ojos que no dejan de mirarlo. “¿Siempre tuvo tan grande la boca?

—¿Puedes soltarme? —dice un poco más alterado. Está empezando a costarle trabajo respirar.

El rostro de la chica, a unos centímetros del suyo, sólo se desquicia un poco más en deseo. Esos penetrantes ojos empiezan a perturbarlo y más aún con aquella inamovible sonrisa inquietante. Le da la impresión de que su boca ha crecido más allá de dimensiones normales.

—Que me sueltes pinche loca —exige, intentando liberarse de su agarre.

Pero es inútil, una fuerza sobrehumana lo oprime. Aquella mujer no deja de estrujarlo. Él está quedándoselos sin aliento, no sólo es el forcejeo, está tan apretado que apenas puede respirar, sus brazos están llegando al límite y siente que se empiezan a forzar huesos y ligamentos… y no sólo eso, de pronto siente que se dispara la presión, como si la sangre de todo su cuerpo bombeara con demasiada fuerza hacía su cabeza y se le comienzan a dormir los pies. Empieza a nublarse la vista pero aún sigue viendo aquellos intensos ojos que le devuelven la mirada fijamente. Parecieran brillar de deseo.

Sus huesos apenas resisten, el dolor es insufrible, no sabe qué le comprime más, si aquel sobrehumano abrazo o lo enroscado que aquellas formidables piernas lo tienen también, estrujado a la altura de su cadera.

El ruido seco de huesos cediendo finalmente a la presión suena aquí y allá.

Entonces, esos ojos, más grandes que nunca, se desbordan de placer y, para su terror, aquella extraña sonrisa comienza a deformarse, los labios de lo que antes pensaba era una hermosa mujer, a la que ya no le quedan rasgos de belleza en absoluto, se expanden hasta extenderse de una manera exagerada, más allá de lo humanamente posible y parece mover la mandíbula de lado a lado, como si intentara forzarla todavía más, hasta que logra abrirla en una gigantesca e imposible circunferencia.

La presión aumenta más y más, ya casi no puede meter aire a sus comprimidos pulmones, pero aunque está apunto de desvanecerse, alcanza a ver cómo el cuello de lo que sea que lo tiene sujeto “porque no hay forma que eso sea una maldita mujer”, parece estirarse hasta colgarse por encima de su cabeza y, para su horror, la boca sobre extendida, intenta acomodarse para engullirlo desde arriba.

Su cuerpo está siendo triturado. Por dentro revientan mucho más que huesos. Pero él no puede hacer nada, con la falta de aire, está haciendo un esfuerzo gigante por no perder el conocimiento conforme aquella boca avanza desde su cabeza, moviéndose de lado a lado para engullir cada vez más y un negro absoluto lo empieza a cubrir todo.

si tan sólo ella no me hubiera dejado“.