—Sabes Gil… estos mocosos no saben nada del oficio —dice, amargamente, al cantinero, quien asiente y le sirve otro trago— la tecnología lo estropeó todo.

—Tan mal va el día ¿eh? —responde Gil, sirviéndose un trago para sí.

—Últimamente todo es malo, Gil —afirma rendido, levantando el vaso y olfateando la bebida antes de dar un gran trago— menos tu escocés, este nunca decepciona —estirando el brazo para chocar copas con él y beber hasta vaciarlo.

El cantinero sirve una nueva ronda para ambos—. Esta va por la casa —y ambos gozan nuevamente del whisky—. ¿Quieres contarme, Luis?

Gil ama su oficio, se siente atraído a las personas y tiene una habilidad nata para relajar a sus huéspedes conversando. Conoce a todos sus habituales por nombre y colecciona la estima de todo quien llegara en un mal momento a su barra y se iba reconfortado por sus buenas palabras y su bebida… eso es lo que más le gusta y más orgulloso lo hace sentirse de ser cantinero.

Luis toma la copa que le ofrece quién estima hasta el grado de concederle el rango de amigo, agradeció con un movimiento de la cabeza el gesto y se dispuso a recordar la razón de su malestar.

—Otra vez le han asignado el gran trabajo a la nueva… princesita —enunciando en tono infantil— de los suburbios… —empezó a contarle, resignado, Gil.

ah, es el orgullo lo que te aqueja hoy, amigo“ concluyó Gil mientras lo escuchaba.

—…tú sabes cuánto llevo esperando que estalle el conflicto en Europa… y al final se lo dan a la novata —hace una pausa para darle un trago a su whisky—, que por costos y por la experiencia —dice con ironía, molesto—, y no sé que más patrañas.

—Una pena —interrumpe Gil, dando un gran trago a su escocés mientras contempla las imágenes en todos los marcos que adornan cada espacio disponible del bar, “si el golpe fue al orgullo, el remedio también debe dirigirse ahí”, estirando, en pequeña reverencia, el vaso a su compañero—… para la agencia: el conflicto de nuestra era y su mejor gatillero bebiendo whisky en el bar de a lado —concluye dirigiendo la vista al gran cuadro encima de él, que adorna, como cabecera, su barra.

—Gracias por el ánimo —comenta siguiendo la vista de su amigo hasta aquella premiada fotografía que su amigo seleccionó, de entre todas, para adornar, como joya en corona, la barra del Gil’s Mood—. Aunque no se supone que esté aquí, me habían asignado al alcalde, que hoy dio su discurso sobre las elecciones a tres cuadras de aquí.

Una mujer sentada al otro extremo de la barra que escuchaba la conversación sin prestar mayor atención de pronto se interesa en ellos y sigue bebiendo sin dirigirles la mirada.

—Eso es para becarios —se apresuró en anotar, con desdén, Gil, que conocía perfectamente el oficio: el equipo de la agencia solía ser el fuerte de su clientela.

—Me leíste la mente, amigo —respondió con una modesta sonrisa Luis—, le ofrecí unos billetes al nuevo para que lo haga por mí. Cualquier tonto puede lograr ese disparo.

Al otro lado de la barra, la mujer baja su bebida de golpe y dirige la vista a ellos.

El sonido de un teléfono irrumpe en el salón y Luis saca del bolsillo su celular, silencia el tono y lo deja sobre la barra ignorando la llamada.

—¿Hablando del diablo? —cuestiona Gil.

—Sí, lleva toda la mañana intentando marcar— el teléfono deja de vibrar, en la pantalla se muestran 11 llamadas perdidas— es lo que te digo, Gil, la tecnología ha echado todo a perder. Es un tiro sencillo, pero es el problema, se vuelven dependientes de sus equipos y si algo falla, buscan quién les auxilie.

—Haces bien en ignorarlo, que aprenda con experiencia, a los golpes— agrega el cantinero sirviendo otro trago para ambos, “¡Bien, Gil! Ya nos estamos alejando del tema, un par de tragos y el buen amigo estará sonriendo como ayer”.

—Como aprendimos todos —concluye Luis, acercando los vasos para brindar, por coincidir, con su compañero.

—El problema son ustedes —irrumpe tajante la mujer, que se ha acercado—, la vieja escuela que no quiere aceptar que el mundo ha cambiado —agrega dejando su vaso en la barra y sentándose en el banco contiguo al de Luis—. Aunque debo reconocer que encuentro refrescante el escucharlos hablar tan abiertamente del tema —expresó con una sonrisa que aminoraba la hostilidad de su intrusión, casi en un tono amistoso—, no sabía que existía un bar tan especial en la zona.

—Es el bar número uno en el gremio, cariño —contestó Gil, con falsa amabilidad estudiando a la joven que hace apenas 40 minutos había entrado al bar, se sentó sola en la barra y sin mayor palabra pidió un vaso de agua: rubia y desarreglada melena, como quién no se preocupa por su imagen, grandes ojos y mirada seria del tipo que llega a incomodar si sostienes la vista, un atuendo en tonos grises, café y verde del más apagado posible, le dio la impresión de ser el tipo de persona que o no sabe o no le importa ser bella y parecieran querer pasar desapercibidos por la vida, con expresión entre divertida y despreocupada como quién espera una respuesta sólo para poder seguir su propia ofensiva; con una sonrisa con algo de mofa y mucho de retadora que haría que…”se vayan a la mierda los dos tragos de Glenfiddich que he invertido en contentar a Luis, sin duda esta chica le traerá de nuevo al tema de…

—La maldita juventud de hoy —enuncia con calma, pero sin poder esconder su enojo Luis, que no puede evitar encontrar, en aquella joven, la viva imagen de la novata que viaja en este momento hacia Europa en el trabajo que la agencia debió asignarle a él—, no saben nada del respeto a sus mayores —observando aquella carita sonriente que le devuelve, con descaro, la mirada—. Estoy seguro que no te invitan copas a menudo —luciendo una sonrisa orgullosa del golpe dado—, definitivamente no luces como alguien a quién deseas conocer en un bar —remata, con resentimiento—. Vamos Gil, invítale una margarita a mi cuenta a la dama, por favor.

—Eres un encanto —contesta divertida ella ignorando por completo la hostilidad, con aquella sonrisa burlona resplandeciendo todavía en su rostro— , pero todavía tengo lleno el vaso —dirigiéndose al cantinero, Gil asiente con la cabeza y regresa el vaso que había tomado, a su lugar—. Mejor explíquenme, ¿desde cuándo existe este lugar? —cuestionó fascinada estudiando el espacio.

—El bar de Gil es el número uno entre colegas, aquí se han sentado numerosas noches los ojos más finos de la ciudad. Este lugar es un tesoro para cualquier letrado del oficio… aunque antes era pura clientela respetable, hoy nos visitan muchos novatos —casi gruñendo el término con desdén.

Gil se sintió halagado ante las palabras de su amigo, sí, su bar era un lugar muy especial.

—Ahora mismo estás frente a uno de los más grandes gatilleros de la ciudad —se adelantó Gil en devolver la cortesía con su amigo “de nuevo atendiendo el orgullo lastimado para sacarlo de ese lugar oscuro” aunque no eran palabras huecas, de corazón lo sentía— él hizo este gran disparo —señalando hacía arriba, al cuadro que adornaba su barra.

Ella miraba cautivada a Luis, que no cabía de orgullo y hasta se sonrojó un poco, luego llevó la vista hasta la fotografía donde se apreciaba el famoso momento en que el golpista sudamericano, que se había hecho con el poder por la fuerza, recibía un disparo en la cabeza durante su discurso de victoria… todo el mundo conocía el evento: “la amenaza comunista en Sudamérica destruida con una sola bala” le llamó la prensa. Se sentía sorprendida, nunca pensó que hubiera un lugar tan especial. Sentía que su oficio era algo de lo que no se podía hablar abiertamente en ningún lugar y que estos dos, a los que había tachado de tontos, no lo eran del todo.

—¡Vaya!, tal vez la vieja escuela todavía tiene un par de trucos por mostrar —comentó ella, regalándole una sonrisa, entre burlona y genuina con los ojos cerrados. Lugo volvió la vista al cuadro y agregó—. ¡Buen tiro, anciano!

—Gracias, ¿quieres un autógrafo, fan? —respondió él en el mismo tono burlón.

—No, pero tal vez la próxima te acepte una copa —respondió ella ignorando la provocación — ¿a qué distancia hiciste el disparo? —él la miró un momento, intrigado por la pregunta.

—Unos treinta o treinta y cinco metros, desde una terraza, no era seguro bajar a la plaza en ese momento pero siempre me las arreglo —contestó él, orgulloso.

—¡¿Treinta metros?! —exclamó ella sorprendida, abriendo mucho los ojos y en un tono elevado de voz que hizo que las pocas personas del bar recayeran en ellos— creo que te he subestimado, ¡tremendas bolas te cargas, anciano!

Luis sonrió, lo agarró desprevenido aquel genuino pero inesperado halago. Gil también agradeció el cambio de rumbo que tomaba la conversación, pero repudió el lenguaje, él también estaba chapado a la vieja usanza y pocas cosas le desagradaban más que escuchar a una jovencita usar tan vulgares expresiones y estaba a punto de reprenderla cuando, de nuevo, comenzó a vibrar el celular de Luis.

—En serio que ustedes los jóvenes no saben hacer nada por sí solos —comentó tomando el aparato, leyendo la pantalla e ignorándolo nuevamente.

—Debe ser tu compañero —se adelanta ella—, no sé qué problema habrá tenido con su equipo, pero el disparo lo he hecho yo… también fue un gran tiro— agregó señalando la fotografía de la barra.

—Si no hizo el tiro, tendré problemas explicando en la agencia —respondió, indiferente, él, antes de darle un trago a su whisky—. Ojalá así aprendan, ese es el problema de cuándo cuestionan al personal sobre cómo reponer el equipo y todos los jóvenes sin experiencia responden al unísono que quieren equipo de última generación y que quieren que todo sea…

—Digital —interrumpe ella. Él la mira sorprendido—. Soy joven, pero pero aprendí bien lo mío, nada le gana a una buena mira…

—Análoga —entrometiéndose, ahora, él, que empieza a emocionarse con la forma de pensar de la joven.

—¡Sí!, no hay comparación, la sensación es muy distinta —responde ella—, desde calibrar hasta manipular al momento del trabajo, no importa qué tanto avance la tecnología, simplemente no se…

—Siente igual —concluye él, con una imagen totalmente diferente en su cabeza a la que tenía cuando se acercó la joven que le devuelve la mirada y asiente con la cabeza..

Toda muestra de hostilidad, burla y provocación han abandonado el rostro de la joven—. ¿Siguen en pie esas margaritas?

—¡Al diablo las margaritas!, esos son tragos para impresionar chicas que no saben nada de la profesión… o de la bebida —luego se llevó una mano como disimulando que le decía algo que no quería que escuchará Gil—, él es un maestro de la cantina pero, definitivamente las margaritas no son su fuerte —a lo que Gil le dirigió una mirada y con un dedo lo señalaba entre broma y reclamo, Luis sólo alzó las manos divertido demostrando que era juego—. Tú usas equipo análogo, por favor invítale un buen escocés a mi colega, Gil.

Gil sonreía, la conversación fluía a un mejor lugar, donde la hostilidad había separado, se empezaban a construir puentes de amistad “Tal vez la juzgué mal” pensaba observando nuevamente a la joven, que ahora sonreía, relajada, mientras seguía platicando con Luis, que también se mostraba mucho más tranquilo “ahora el toque final para consolidar el momento”, saca dos tarros y los llena de su mejor cerveza—. Por cuenta de la casa.

Ella toma el tarro de buena gana, agradece y se lo lleva a la boca, Luis estaba por hacer lo mismo, pero cuando en su celular insisten una vez más, se rinde y atiende la llamada.

Gil tiene una sonrisa victoriosa, ya no hay ni muestra del malestar que aquejaba a Luis cuando se sentó a su barra. Otra batalla ganada.

—Gil, la tele por favor —le pide Luis en un tono inesperado, entre confundido y asustado.

Gil obedece, enciende el aparato y pronto descubre la razón: en el noticiero con un reportero hablando desde algún lugar público hay un texto con el titular: “Asesinan al alcalde durante discurso”.

— Pero ¿qué diablos…. —expresa confundido Gil, observa que Luis sigue al teléfono y se lleva una mano a la boca mientras sigue con los ojos clavados en la pantalla.

—Les dije que había logrado un gran tiro —dice entonces la joven, bajando el tarro que ha vaciado de un solo trago, orgullosa de su hazaña.

Tras un momento de incómodas y muy confundidas miradas entre los 3, ella, decepcionada, entendió finalmente que el Gil’s Mood no era un bar tan especial y que, efectivamente, nadie hablaba de su oficio abiertamente.