Durante un viaje de negocios llamó a su amiga. “Quiero verte” le dijo. La miel siempre funcionaba. Ella quería ir, sin embargo su agenda ya estaba ocupada, la llamada había sido muy súbita. “Llámame con tiempo, sabes que puedo ir pero necesito organizarme”. Respondió amablemente. “Claro, otro día será.”

Dio un par de vueltas en su habitación, leyó un poco. Quería sacar la idea de su cabeza. Revisó su agenda. Buscó nombres, descartando mentalmente cada uno.

“¿Estás ocupada?” “¿Estoy viendo la tele, necesitas algo?” Era una apuesta arriesgada, casi no había hablado seriamente con ella en meses, sus conversaciones eran intercambios de formalidades, nada profundo. Era entendible habían tenido problemas antes. Heridas que quizás nunca sanaron. Aún así sintió que valía la pena intentarlo. “Quería hablar, verte, quizás, por video” Quería encontrar en esa sonrisa, la chispa que le faltaba. “Jaja, no, no creo. Ni siquiera estoy maquillada. Pero nos ponemos de acuerdo y nos llamamos para ponernos al corriente” “Claro, nos ponemos de acuerdo”

La forma coloquial de decir que algo no pasaría. No la culpó. La vida sigue, no espera a nadie. Tomó una decisión. No quería seguir postergando algo que sentía inevitable.

Llamó a su esposa. Le contó los pormenores del viaje, su itinerario, cómo intentando organizar el momento. No hubo emoción, desde hace rato no lograba conectar con los demás.

Lo intentó sin éxito.

Se despidió. Buenas noches, todo estaba en orden, seguros, testamentos.

Escribió una última carta: No se culpe a nadie de mi muerte.

Descansó.