Respira con mucho esfuerzo y, bajo capas de abrigo, transpira de sobremanera pero sigue avanzando a una velocidad considerable. “Mas no logro acercarme”, contempla en su mente al detenerse por un segundo. Observa cómo la niña pareciera deslizarse sin esfuerzo por la ladera, como si flotara sobre la pendiente “¿Cómo puede moverse así?” se cuestiona mientras intenta recuperar el aliento, “si no la alcanzo pronto, la perderé de nuevo” reflexiona al momento que inhala profundamente y se dispone a continuar todavía jadeando pero acelera, una vez más, el paso. Su radio recibe señal repentinamente, lo que nota al emitir palabras entrecortadas que con cada entrada entiende mejor pero aún no logra descifrar por completo pues la señal todavía es pobre. Deduce que conforme gane altura, mejorará la señal y sigue el cansado ascenso.

La pequeña está por terminar de subir la ladera, se dirige a una saliente unos tres metros por encima de ella y él está otro tanto detrás. Casi lo logra pero una vez más, la perderá de vista.

“¡Tengo que alcanzarla!” se presiona a sí mismo y acelera de nuevo el ritmo: comienza a mover frenéticamente brazos y piernas para escalar a mayor velocidad mientras regresa a su mente la duda: “¿por qué no reacciona a sus gritos y llamados?” pero la desvanece de inmediato; no tiene tiempo para pensar en eso ahora. Si la pierde otra vez, no volverá a encontrarla, está agotado.

Por fin, apenas unos segundos después de ella, alcanza el borde e, inmediatamente, usa los brazos para alzarse, asomar la cabeza por encima del mismo y poder observar la saliente con el miedo de haberla perdido de nuevo, pero una sonrisa se forma en su jadeante rostro. Los músculos de brazos y piernas están tan calientes que le queman; está empapado en sudor pero, finalmente, la niña está ahí, a su alcance, parada a unos cuantos metros del borde dándole la espalda. Se alegra. Aunque hay algo sobre aquella silueta inmóvil que le inquieta, “Debe estar asustada”, deduce y después se dirige a ella con palabras cortadas por la falta de aliento—. Hola, no temas, vengo para…

—Juan, contesta… ¿nos escuchas?, ¡Juan! —Lo interrumpen por el radio.

Él asegura un pie para lograr una posición más cómoda, con la mayor parte de su cuerpo sobre la ladera todavía y con sólo los hombros asomándose por el borde. Lleva una mano al radio y responde.

—Los escucho, equipo, perdí señal pero los escucho de nuevo —hace una breve pausa, le falta el aliento para hablar— …encontré a la niña —Luego toma un poco de aire mientras relaja el cuello echando la cabeza ligeramente hacia atrás. Ahora que se ha detenido, el agotamiento le alcanza otra vez. Después regresa la vista a la niña, que sigue sin moverse.

—¿Qué?, ¿cómo que… — nuevamente el sujeto por la radio haciendo una pausa, se le escucha desconcertado—. ¿En dónde estás?

—Estoy en la ladera sur de Cerro Rojo, chicos, la encontré, ¡hallé a la niña! —dice exaltado, con la respiración entrecortada por el cansancio pero con una sonrisa triunfal. Regresa la vista al frente y se dirige a la pequeña—. Ven, acércate, te llevaré a casa — Le extiende un brazo y usa el otro para aferrarse a una raíz sobre el borde elevándose un poco más para acercarse.

—Juan, ¿de qué estás hablando? —contestan nuevamente en un tono que muestra preocupación—, tenemos casi una hora intentando contactarte… ¿cómo que la encontraste?

Él se dispone a tomar el radio pero, de súbito, su pie resbala y se desliza un poco hacía abajo, logra aferrarse y detiene la caída. Ha quedado debajo de la saliente otra vez.

—Tenemos a la niña, tu perro nos llevó hasta ella —Continúan por el radio en una voz apagada.

Él jadea. Está sumamente cansado y repasa sin comprender lo que acaba de escuchar. Clava unos confundidos ojos en el radio, está desconcertado.

—¡Lo logramos Juan!, volvamos a casa… ¿qué haces tan lejos? —agregan por el radio.

Él sigue observando el pequeño dispositivo electrónico colgado firmemente en su hombro, incrédulo. La situación es tan absurda que por un momento se olvida del cansancio. Dirige la vista hacía arriba, al borde que ahora toma un aspecto más siniestro, oscuro y lejano. Puede sentir cómo se forma un nudo en el estómago, de pronto se siente más débil que nunca, sus fuerzas le han abandonado por completo y siente como el frío, que ha soportado sin más por años, repentinamente cala sus huesos, pero traga saliva y utiliza un brazo para elevarse, una vez más, sobre la saliente, no está seguro de querer hacerlo, pero no tiene otra opción, se obliga a asomarse… ¡Se sobresalta!, en cuanto su línea de visión libra el borde, se topa de frente con los dedos del pie de aquella silueta, que ahora se encuentra en cuclillas a unos centímetros de él, “Esos no son pies de niño” deduce perturbado al tiempo que retrocede un poco pero no pierde el agarre.

—¿Juan, por qué fuiste hasta Cerro Rojo? —cuestionan de nuevo por el radio.

Él ya no está escuchando, continúa recorriendo con la mirada aquellos extraños pies, observa los tobillos y recae en lo pálida y agrietada que luce la piel conforme asciende por las rodillas y sigue subiendo.

—Juan, ¿Qué rayos haces hasta Cerro Rojo? —insisten con un dejo de desesperanza por la falta de respuesta — ¡Juan!… vamos, contesta —ruega en un tono derrotado.

Buscarán la manera de alejarte, de aislarte y cuándo por fin estés sólo…

Sigue subiendo hasta llegar al pecho de la silueta. Sus ojos titubearon un momento antes de continuar hasta dónde debería estar el rostro de la niña. Ya no siente el cansancio, ni el sudor helado recorriendo su espalda o el frío viento contra el rostro; ni siquiera la sensación de tener cada músculo de su cuerpo en llamas. De golpe su garganta se cierra por completo, sus ojos se llenan de horror y un relámpago recorre todo su cuerpo—. ¡Dios mío!