Y entonces comprendí a mi Padre.
Cuando iba en la primaria, una editorial organizaba concursos de dibujo en los cuales siempre participábamos, ganábamos pero nunca recogíamos nuestros premios. Yo no lo entendía. Eramos ganadores ¿Por qué mi padre nos negaba la gloria?
Un buen día lo convencimos. El premio: un radio AM/FM color rojo. Yo me había ganado ese premio, merecía ir a recogerlo.
Mi padre siempre ponía alguna excusa para no ir: trabajo, ocupaciones, mero cansancio.
Ese día dio su brazo a torcer y aceptó llevarnos a recoger el premio. Asistiríamos a una exposición con los trabajos de todos los ganadores y después de una plática, nos entregarían nuestros premios.
Llegamos al recinto. Los dibujos de todos los “ganadores” estaban siendo mostrados. Era como experimentar una pesadilla. Dibujos mal hechos, carentes de color, siluetas deformes salidas de las mentes más retorcidas. ¿Pero como es que yo he ganado junto a todos estos dibujos? ¿Acaso todos éramos los siguientes Picasso’s?
Pasamos a la premiación. La editorial que organizaba la empresa, dio una plática bastante larga sobre sus productos. Ofrecieron su catálogo a los padres con un generoso descuento. Algunos, cansados, fastidiados, aceptaron comprar enciclopedias u otras series. Mi padre, como siempre se limitó a sonreír y decir “no, gracias, en otra ocasión”
Salimos de ahí, hartos, cansados. No me sentía como ganador a pesar de tener el premio en mis manos.
Poco después entendí porque mi padre se negó durante tanto tiempo a llevarnos a esos eventos. ¿El radio? Lo descompuse al poco tiempo.
Quizás el conocimiento fue mi verdadero premio.